Durante los tres siglos de la existencia de la Nueva España, ni Cortés ni Cuauhtémoc fueron objetos de culto o vituperio semejantes a los que recibirían durante los siglos XIX y XX.
Después de la guerra de independencia hubo una hispanofobia. En otras palabras, se popularizó un rechazo y a menudo odio contra las instituciones coloniales y españoles, como consecuencia, en dos ocaciones, 1827 y 1829, se dectretó la expulsión de los españoles del territorio mexicano. Tambien hay que apuntar que en esta primera etapa de hispanofobia no existió un nacionalismo indigenista similar al del siglo XX. Sin embargo a lo largo del siglo XIX iria tomando forma un indigenismo xenófobo que se manifestaría con mayor claridad después de la Revolución Mexicana.
Para los hispanistas mexicanos, Cortés encarnaba la labor de aculturación de los conquistadores, mientras que los indigenistas eligieron a Cuauhtémoc como símbolo de la fortaleza nacionalista en contra de toda forma de colonialismo e intervención extrangera.
El escritor Luis González Obregón, nacido en 1865, cuenta que durante su infancia presenció una obra de teatro sobre la conquista de México-Tenochtitlan. Cuando llegó la escena de la quema de los pies de Cuauhtémoc, un concurrente se levantó de su asiento y gritó que Cortés debía ser quemado y no el guerrero mexica. Los espectadores secundaron el reclamo con tal vehemencia que los actores, temerosos de sufrir agresión, cambiaron el libreto de modo que el personaje de Cortés padeció el suplicio de la quema de pies.
Debería ser claro que las naciones no son, porque no pueden ser creaciones de un solo individuo. Hernán Cortés no inventó México ni es padre de la nación mexicana, solo fue de sus once hijos e hijas de quienes se tienen noticias. Tampoco Cuauhtémoc posee tal paternidad. De hecho algunos historiadores creen que no fue padre de nadie.
Datos relevantes.
En noviembre de 1946 la osamenta de Hernán Cortés fue localizada en el templo del antiguo Hospital de Jesús, ubicado en el centro histórico de la ciudad de México. El hallazgo fue resultado de la tesonera búsqueda encabezada por los historiadores Francisco de la Maza y Alberto María Carreño, quienes contaron con el apoyo del secretario de educación pública, Jaime Torres Bodet. Luego de los estudios científicos pertinentes se dictaminó que los huesos eran en efecto de Cortés y volvieron a enterrarse en el mismo templo. Se colocó una placa informativa de bronce que hasta la fecha sirve de referencia.
Es importante apuntar que en 1947 se cumplieron cuatrocientos años de la muerte del conquistador, pero la efemérde no motivó conmemoración oficial alguna. El discurso nacionalista indigenista y antihispánico era hegemónico. Como una respuesta a quienes se empeñaban en reivindicar las raíces hispánicas de los mexicanos y la labor de Hernán Cortés, Diego Rivera pintó al conquistador como un individuo deforme en el mural que realizaba en 1951 en Palacio Nacional. Para ello se basó en el dictamen del criminólogo Alfonso Quirós Cuadrón, según el cual los huesos de Cortés tenían huellas de "evidentes estigmas degenerativos que corresponden a un padecimiento: el enanismo por sífilis congénita del sistema óseo". Esta imagen obviamente contrastaba con otras en las cuales Cortés fue presentado como un idealizado noble renacentista parecido a Carlos V.
Mural de Diego Rivera en el Palacio Nacional
Fuente. Jesús Hernández Jaimes.
Relatos e Histórias en México.
Editorial Raíces SA de CV.
http://www.relatosehistorias.com.mx/
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