Monday, February 10, 2014

Los Malditos

Hasta el día en que me absolvieron de todo cargo, fui tratado bajo el código de los que son malditos en esta cárcel, en donde se guarda a los delincuentes más peligrosos de todo el país.

Así empieza el libro de los Malditos de J. Lemus. donde se narra los diálogos que sostuvo con delincuentes famosos como el mochaorejas, los narcosatánicos, Beltrán Leyva, Mario Aburto, Caro Quintero, Aguilar Treviño entre otros.

Describe como eran tratados dentro del penal, con golpizas recurrentes y condiciones infrahumanas, algunos tienen que vivir desnudos, en una celda que mide tres metros de largo por dos de ancho, con una ventana hacia el patio el cual es una cancha de basketball. Están prohibidos los objetos personales, nadie puede tener un libro, una libreta o un lápiz. Cuando un presidiario comparece ante el consejo, la humillación es extrema: hay que presentarse con la cabeza agachada, con la vista al piso y las manos atrás, en actitud sumisa.
Los mantienen medicados, tanto antes de las confesiones a base de torturas, y para que estén "tranquilos", si alguién está saliendose de la realidad, tal como mantenían al Gato, un complice del Chapo Guzmán.

De Daniel Arizmendi narra que está arrepentido de lo que hizo, que reconoce la mayoría de los secuestros que se le atribuyen, que cree en Dios y en su perdón, que tiene miedo a morir como todos. El preso Daniel Arizmendi luce bajito, muy delgado y encorvado con el pelo casi a rape, totalmente rasurado, de frente amplia, de entradas profundas, orejón, de tez pálida y pómulos marcados.

De los narcosatánicos, habla del Duby, que ha estado preso desde más de 16 años; enfermo de esquizofrenia con el que tiene que lidiar todos los días; su peor suplicio según sus propias palabras. El Duby narra como mató a Adolfo de Jesús Costanzo quien era lider de la banda de los narcosatánicos que operaba en el rancho Santa Elena, en Matamoros. El Duby describe como hacían ritos al Diablo que eran muchos, pero el más importante es la comunión; es tomar la sangre de los que van al sacrificio por su propia voluntad, los que van al sacrificio sabiendo que con eso vivirán para toda la eternidad.

Jesús Constanzo le ordenó al Duby que lo matara cuando llegara la policia judicial a la casa donde los agarraron. El me dio la metralleta para que lo acribillara, pero yo sabía que sólo estaría muerto un rato y después reviviría, porque así me lo dijo él mismo.

Habla de Don Rafa, como cariñosamente le decían la mayoría de los presos a Rafael Caro Quintero, quien comunmente se sentaba en una de las bancas de concreto del comedor, casi siempre, amasado en sus pensamientos, con la mirada perdida a través de las ventanas que dejan ver un desolado y duro patio de concreto, con altas paredes cuya corona de serpertinas metálicas mortalmente afiladas parece arañar el cielo.

Rafael Caro era de pocas palabras, cualquier diálogo que se le buscaba lo concluía en forma rápida, con frases concretas, bien explicadas, opiniones certeras, conceptos muy claros. Mataba el tiempo haciendo ejercicio, Esa es la única forma de tolerar el peso de los días en prisión.

A Caro Quintero lo muestra como creyente en Dios, se sabe cierto que hay algo más después de la muerte, ferviente amante de la lectura, sobre todo de la historia de México, siempre remataba con una risita característica en él cuando estaba de buen humor, y dando consejos cuando estaba serio, no le gustaban los corridos, tampoco los que hablaban de él. No le gustan las entrevistas, y según dice él no concede entrevistas ni dentro ni fuera del penal porque no tiene nada que decir.

Oiga, Don Rafa, ¿es cierto que usted ofreció una vez pagar la deuda externa de México? - me atreví a preguntarle en una ocasión. Soltó una risita y se me quedó viendo con esa mirada que a veces deja caer sobre sus interlocutores. --No, yo nunca dije que pagaría la deuda externa, eso es fama que me hicieron. --En todo el país se dice -- insistí -- que usted le ofreció a un presidente de la República saldar la deuda si lo dejaban trabajar sin molestarlo.

--No, esos son inventos de la gente continuó sin desvanecer aquella sonrisa dibujada en sus labios--, eso salió de una plática que sostuve, ya estando detenido, con un agente del ministerio público, que me preguntaba por mis propiedades y yo por salir del paso le dije que tenía hasta para pagar la deuda externa.

Los malditos es un libro interesante en su lectura, aunque con lenguaje vulgar en la mayoría de sus páginas, lleno de historias dificiles de creer, de anécdotas, de puntos de vista y confesiones hechas por los internos que parecen inventadas para ocultar la verdad, así podemos sacar conclusiones con poco de información del libro y otra tanta que podamos buscar por nuestra cuenta.

Es un libro que sin ser de mis favoritos, no me arrepiento de haberlo leído.

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